Tiempo de tranvías en Argentina Tango / España - Viene desde Rosario

Allí, en Rosario, edita Ricardo Schoua la revista TYCP Tango y Cultura Popular que nos llega a gente del tango de todo el mundo. Pero el relato de José Pedro Aresi de setiembre del `98, del que seleccionamos su primera parte, con la evocación de unas ciudades que pasaron, está ambientado en Buenos Aires, la capital de Argentina. También en TYCP está editado el cuadro de Oscar Sar titulado Esquina Manoblanca, evocador de las cinco esquinas inspiradoras en Homero Manzi de tantos tangos, valses y milongas. Nos vamos al bar para revivir el...
“Tiempo de tranvías”
Una mañana en que el calor y la humedad caían ya temprano sobre Buenos Aires, Evaristo Gómez saboreaba un café en el bar de su barrio, en el cual había nacido y crecido hasta hacerse hombre. Estaba sentado en una mesa junto a la vidriera, rodeado por la soledad que contagia esa infusión cuando es acompañada por un cigarrillo. Tenía ante sí, la visión de hechos presentes, si bien su pensamiento era absorbido por la evocación de un lugar y un tiempo que ya eran recuerdo; precisamente aquellos en los que la gente habitaba en casas bajas, enclavadas en un paisaje con tonos sin olvidos. Ese heterogéneo “grupo humano”, era para entonces, un punto en la geografía ciudadana, conformado por gente de trabajo, que si bien tenía dificultades económicas, pensaba con optimismo en el porvenir.
Evaristo evocaba así, esa época que él solía llamar “Tiempo de Tranvías”; justamente por ser ése el vehículo que más utilizaba el pueblo para trasladarse por la ciudad. Al poco rato llegó al bar el “ñato” Ricardo, su amigo de la infancia, con quien Evaristo se reunía a diario para conversar. Ambos conformaban el clásico dúo de líricos de café, siempre dispuestos a discurrir acerca de cómo “arreglar el mundo”.
Rápidamente Evaristo lo puso al tanto de “sus meditaciones”, luego de lo cual el “Ñato” se prendió en el tema. “Pensar -dijo- que aquella era una sociedad en la que coexistían contradicciones que encerraban toda una filosofía de vida, quizás primitiva, pero sincera. En los barrios todo era modesto. Solamente los edificios de los bancos, el correo y alguna que otra casa particular poseían cierto perfil importante”; a lo cual Evaristo agregó - “En general las casas tenían jardín al frente y un gran fondo. Las había también del tipo llamado “chorizo”, con más habitaciones que las otras y dos patios divididos por un ambiente que sobresalía del resto de la edificación, con un pasillo que los comunicaba. Las veredas, cuando las había, eran – por lo general - de baldosas ocres y cerca del cordón lucían árboles con cortezas lastimadas por esa primera cortaplumas que nos hizo sentir hombres”. Siguiendo con sus “cosas”, Evaristo añadió: - “¿Te “acordás” de cuando usábamos esos árboles como arcos, en aquellos “cabezas” con pelota de goma, en un frente a frente de purretes soñando con llegar a ser cracks?” y enfervorizado agregó: “¡Paraísos con bolitas verdes que morían amarillentas en el otoño, desparramadas secas en el suelo!”.
En tanto la conversación avanzaba, ambos iban volcando en cada frase la nostalgia propia de quienes han vivido otra época. “Pensar - dijo Ricardo – que en ese hábitat convivían el obrero con el empleado, el peón con el “nuevo rico”, el “gallego” con el “tano”, el “ruso” con el “alemán” y el “turco” con todos”. Tiempos de correr veredas, de saltar cordones y zanjas, de escuchar el croar de las ranas y “un ladrido de perros a la luna”. Épocas en que era poco lo que había, humo de un carbón cansado de calentar. Tardes de seguir al hombre del barquillo para hacer girar la ruleta de la suerte o al manisero que cargaba, en su hombro, el horno de zinc que tenía una pequeña chimenea, por la cual escapaba el humo de un carbón cansado de calentar maníes con cáscara”. A este punto lo interrumpió Evaristo – “Época donde había una relación casi de familia entre los vecinos, basada en el respeto y la reciprocidad. Tiempos en que existía “el almacén” y Don José era un amigo, siempre dispuesto a “fiarle” a quien anduviera en la mala”.
Ambos coincidían en cuanto a que en ese entonces, la sociedad barrial o mejor dicho “casi de cuadra”, estaba constituida por gente que actuaba mancomunadamente frente a la vida y que, frente a ciertos problemas, los mismos vecinos se ayudaban ente sí para superarlos. Tal era el común y normal funcionamiento de esas cofradías y tanto la Sociedad de Fomento, como el club de barrio, fueron un claro ejemplo de ello. Todo era así, hasta que factores externos modificaron las cosas. Sucedieron hechos que todavía están muy frescos en la memoria de la gente y sobre los que no se puede opinar, pues aún laten pasiones que podrían distorsionar su interpretación. Lo cierto es que estos hechos trastocaron fuertemente a esa sociedad.
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El relato de José Pedro Alesi continúa, uniéndose a la charla Emanuel, un parroquiano joven que estaba en la mesa de al lado… lo encontrarán en el número de Setiembre-Octubre 2013 de Tango y Cultura Popular Saludamos a los amigos rosarinos capitaneados por Ricardo, porteño de ley.
Eduardo Aldiser
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